La importancia de las siestas

Dormir la siesta mejora el equilibrio emocional y el aprendizaje.

Numerosos estudios han demostrado que la siesta despeja el cerebro, en concreto el hipocampo (una estructura con forma de caballito de mar situada en cada hemisferio que desempeña un importante papel en el aprendizaje y la memoria).

Esta “limpieza” permite que se vuelva a llenar de nueva información.

Rebecca Spencer, profesora de neurociencia cognitiva en la Universidad de Massachusetts Amherst, describe el hipocampo como un sistema de archivo a corto plazo.

“Todas las cosas nuevas que nos encontramos a lo largo del día se acumulan ahí antes de ser clasificadas durante el sueño en el córtex, que es un sistema de archivo más grande y a largo plazo que puede clasificar las cosas por tipos”.

La investigación de Spencer ha descubierto que los niños que duermen la siesta poco después de aprender nuevas palabras, por ejemplo, recuerdan las palabras el 80 por ciento de las veces, frente al 30 por ciento de los que no duermen la siesta.

Los niños que no duermen la siesta también obtienen una puntuación media un 10 por ciento más baja en las pruebas de retención de palabras en comparación con los niños que sí duermen la siesta. Además, la capacidad de recordar lo aprendido continuaba al día siguiente.

“Lo que esto nos dice es que el sueño tiene que producirse poco después del aprendizaje para que éste arraigue”, según Spencer.

La memoria emocional y la reactividad se ven afectadas por las siestas básicamente de la misma manera, como sabe cualquier padre que se enfrente a un niño pequeño malhumorado.

Cuando se despiertan, hacen borrón y cuenta nueva porque todos los recuerdos emocionales de la mañana están limpios.

No dormir la siesta puede causar grandes problemas a los niños pequeños. “Vemos problemas de atención, trastornos emocionales, dificultades académicas, problemas de salud mental, aumento de peso e incluso cambios en el crecimiento”.

Descubre aquí algunas claves para que tu niño duerma bien.

Fuentes:

A Child’s Need for Sleep | Harvard Medicine Magazine

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